Luego de transitar un año con pandemia y de ver sus efectos negativos, me gustaría rescatar el aprendizaje que nos ha aportado en los gobiernos locales. La mayoría de ellos han tenido que apretar el botón de reinicio, volver a cero en un cambio de enfoque total. Han aprendido a tener que relevar los riesgos en sus territorios y ya dejar de gestionar de manera reactiva (esto es dando respuesta a cualquier necesidad puntual) y pasar a una gestión proactiva, es decir anticipándose a las contingencias. Los alcaldes han tenido que pasar de “negociar” en el pleno con el resto de los partidos políticos respecto de futuros planes de actuación conforme a las plataformas políticas, a “meterse” de lleno en el campo y a conocer “de cerca” a sus grupos de interés. Saber quienes son los grupos vulnerables como los mayores que viven solos o las familias en riesgo o los que se contagiaron de COVID (aunque ese dato al principio debían esperarlo de Sanidad). Pasaron de lo reactivo a lo proactivo, de prevenir antes de curar, porque tuvieron que aprender que lo que no se mide, no se controla y lo que no se controla no se puede mejorar…
Los que nos dedicamos a la gestión sustentable vimos con satisfacción este incipiente cambio de timón. Contar con una Agenda 2030, sus 17 ODS y sus 169 Metas de Desarrollo Sostenible nos traza un camino que ningún Gobierno debería dejar de observar. Esta herramienta parte de la premisa de la medición de los riesgos para el desarrollo de estrategias realizables y oportunas. Sin dudas, agregará valor a la gestión y será indispensable en esta etapa de cambio de enfoque.