Si queremos contribuir a la protección del medio ambiente y minimizar el impacto que generamos, es importante adoptar una visión holística sobre los bienes y productos que consumimos y utilizamos. Conocer las cuestiones que debemos plantearnos puede ayudarnos a tomar decisiones de compra racionales que supongan cambios reales y efectivos.
El avance de la ciencia y tecnología ha permitido crear materiales con elevadas prestaciones y adaptados a las necesidades específicas de multitud de sectores y actividades. A pesar de estas ventajas, la organización lineal de nuestra economía potencia el uso y explotación de materias primas vírgenes para fabricar estos materiales y la inexistencia de procesos concretos para poder recuperarlos al final de su vida útil.
Por suerte, la mejora de la sostenibilidad es actualmente uno de los motores más activos en la investigación en materiales. De esta manera, se fomenta que los nuevos materiales que se van desarrollando no sólo ofrezcan las prestaciones técnicas necesarias, sino que también tengan en cuenta el factor medioambiental. En muchos casos, los principios de la economía circular también son parte fundamental en la creación de estos materiales. Es decir, se diseñan bajo un prisma de ciclo de vida, considerando los residuos como recursos y potenciando que los materiales permanezcan en el ciclo productivo el mayor tiempo posible.
En este sentido, la valorización de residuos para fabricar nuevos productos es una de las áreas que atrae mayor interés y esfuerzos por parte de la comunidad científica y empresarial. Algunos ejemplos interesantes ya desarrollados en fase comercial son:
- Alfombrillas de coches creadas a partir de residuos de botellas de PET.
- Ladrillos fabricados con Residuos de Construcción y Demolición (RCDs).
- Paneles aislantes conformados con restos de la industria textil.
- Mobiliario urbano elaborado con Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos (RAEE).Sin duda, existen muchas posibilidades a nivel técnico para crear esta nueva generación de productos. Sin embargo, ¿qué podemos hacer nosotros como consumidores para impulsar este cambio?En primer lugar, es fundamental informarse adecuadamente. Evaluar la sostenibilidad de un material no es algo sencillo, directo ni al alcance de la mayoría. Por eso, como punto de partida podemos empezar por hacernos algunas preguntas antes de adquirir un producto:
- ¿Cuál es su origen y cómo ha llegado hasta aquí?
- ¿Cómo se ha producido y en qué condiciones?
- ¿Qué subproductos se generan en su fabricación? ¿Qué se hace con ellos?
- ¿Cuál es su durabilidad prevista? ¿Qué ocurre tras su vida útil?
Encontrar las respuestas adecuadas y plantear otras buenas preguntas es una capacidad que se adquiere a base de repetir el proceso y crear así un hábito. Significa generar una nueva mentalidad como consumidores, en cada una de nuestras decisiones de compra.
La sostenibilidad no consiste en demonizar un material en favor de otro, pues puede tratarse de una guerra entre industrias en la que los ciudadanos de a pie nada tenemos que ganar. Más bien acabamos perdidos entre datos, estudios y objetos brillantes que nos ponen delante para que los sigamos sin reflexionar demasiado sobre ello. Por eso, debemos ser cautos a la hora de realizar juicios de valor basados en unos pocos datos que no nos dejan vislumbrar el alcance real de la situación.
Cada uno de nosotros, decidimos diariamente a través de nuestros patrones de consumo. Aprendamos a pensar de forma crítica, sistémica y holística. Que los árboles no nos impidan ver el bosque.
“Nunca dudes que un pequeño grupo de personas comprometidas pueda cambiar el mundo. De hecho, es lo único que lo ha logrado” Margaret Meade.