Con el tema de las plantas, parece ser que muchas creencias populares están en ocasiones más aceptadas que lo que la ciencia puede demostrar a falta de foros de discusión. Con este artículo quisiera dar una versión científica que puede contradecir ciertas ideas intuitivas sobre el papel de la introducción de la vegetación en las ciudades.
Las plantas no gastan agua, sino que usan agua para su desarrollo. Por regla general, a mayor transpiración mayor fotosíntesis y por tanto mayor producción de oxígeno y captura de CO2. Igualmente a mayor transpiración, mayor disminución de la temperatura para el control de la isla de calor. Por algún motivo, se ha extendido la idea de que se han de cultivar plantas que “gasten” poca agua para ser más ecológico, cuando realmente el beneficio ambiental es justamente haciendo lo contrario, sobre todo en ambientes urbanos. Un edificio por tanto será más ecológico cuanta más vegetación sea capaz de albergar y el riego sea más eficiente, de manera que toda el agua aportada pase a través del sistema fotosintético vegetal.
Las plantas no tienen capacidad de depurar el aire urbano, sino los microorganismos depuradores que se encuentran en el suelo, eso sí, alimentados por los exudados de las raíces de las plantas. Estos exudados aumentan a mayor actividad fotosintética. Por otra parte, los suelos húmedos mantienen una mayor cantidad de microorganismos depuradores. Es decir, cuanto más sana y regada esté una planta mayor capacidad de depuración del aire urbano tendrá ese suelo. Un suelo seco con plantas con escasa función fotosintética aporta poco a la mejora ambiental salvo el poner a prueba la resistencia de algunas plantas.
En muchos lugares, aunque el agua no fuese un bien escaso, nos debería preocupar más el despilfarro resultante de uso inadecuado del agua y que ésta termine evaporándose en lugares donde no aporte ningún beneficio ambiental. El agua evaporada a través de una planta es precisamente el uso útil y responsable del agua, aunque sea reciclada, para combatir el cambio climático, ya que esa agua, por acción de la luz solar, se combinará con el CO2 atmosférico capturándolo al formar carbohidratos y oxígeno. Cuándo de una vivienda sale una cierta cantidad de agua residual y ésta acaba en un arroyo, la posibilidad de que se evapore sin aprovechamiento ambiental alguno es enorme ya que, por desgracia, la mayoría de esos arroyos no tienen una vegetación densa cubriéndolos que evite su evaporación. Esto si es gastar agua….
La biodiversidad de los espacios no está en el número de especies vegetales distintas que se planten, sino en la capacidad de esos espacios para se desarrollen o alberguen distintos organismos vivos. Hay quien piensa que en un césped con cuatro especies de gramíneas distintas tiene poca biodiversidad porque sólo se fijan en la biodiversidad vegetal. Sin embargo alberga decenas de especies entre artrópodos, anélidos, moluscos, arácnidos, nematodos, que sirven a su vez de alimento a aves e incluso reptiles y micromamíferos. Sin embargo un jardín de secano con diez especies distintas de aromáticas no albergaría ni siquiera la centésima parte de esa biodiversidad.
Los huertos urbanos son espacios de ocio que fomentan la participación y la colaboración vecinal en algunos casos. Sin embargo, aunque se trabaje con plantas, desde el punto de vista puramente ambiental, tienen una aportación mínima frente a otras alternativas de cultivos vegetales. Al tratarse de cultivos anuales, con necesidad de sustratos especiales y abonados obligatoriamente transportados (no producidos en el ámbito urbano), la huella de carbono no compensa en la mayoría de los casos el beneficio ambiental que se les otorga intuitivamente. El desconocimiento hortícola general, la dificultad y coste del mantenimiento de estas infraestructuras y la falta de constancia de sus responsables hace que en la mayoría de los casos se abandonen o se reemplacen por alternativas, en el peor de los casos, menos ecológicas.
Los jardines verticales sólo son una solución urbana si se plantean desde el principio con sistemas duraderos y de bajo mantenimiento. Aunque el precio de implantación pueda ser algo más caro que un jardín tradicional, el precio de mantenimiento no debería ser mucho mayor que el del mantenimiento de un jardín de plantas tradicional con el mismo número de plantas y superficie húmeda similar. Sin embargo, tienen la ventaja de concentrar en poco espacio todos los beneficios ambientales y de biodiversidad que aporta la jardinería en los entornos urbanos. En algunos casos un jardín vertical de 20 m2 aporta más oxígeno, retira más polvo atmosférico y CO2 y tiene más biodiversidad que una zona verde de 400 m2.
Los árboles urbanos aportan grandes e importantes beneficios a las ciudades. Estos beneficios son sociales, económicos y ambientales. Desde el punto de vista ambiental, los beneficios que se les otorga a los árboles urbanos se consiguen cuando: los árboles son sanos, apenas se les poda, se aprovecha todas las hojas para su compostaje, se mantienen con alcorques suficientemente grandes , se cultivan las especies adecuadas al suelo y a las temperaturas de la zona, mantienen una alta densidad y se les ayuda con aportes hídricos en momentos puntuales. Si varias de estas condiciones no se cumpliesen, es posible que incluso los beneficios ambientales se anulasen con la huella de carbono de su mantenimiento.
Por último, y reincidiendo en una de las conclusiones anteriores, si por la escasez de espacios verdes en la superficie de las ciudades debemos incluir las cubiertas de los edificios, estamos obligados a dotarlas de la infraestructuras y mecanismos necesarios para que realmente sea una zona verde útil ambientalmente, es decir, suelo fértil, sistema de riego eficiente y vegetación densa con alta eficiencia fotosintética. Lo demás es sólo cumplir con la normativa constructiva basada en una ecología intuitiva pero poco eficiente ambientalmente.
Con este artículo de opinión no intento, ni mucho menos, criticar la acción realizada para la transformación de nuestras ciudades en espacios ecológicos y sostenibles. Simplemente creo que nos estamos quedando cortos y sin tiempo. En las ciudades españolas, en general, la reticencia a la introducción de la vegetación proviene, como he intentado justificar, más desde el desconocimiento del mundo vegetal o las creencias populares que desde su realidad biológica. Si queremos ciudades verdes y edificios verdes hay que empezar por dotarles de las estrategias necesarias para realmente alberguen una alta densidad de plantas para capturar CO2 y partículas en suspensión, mantengan suelos activos para la depuración del aire, se aumente la biodiversidad y se disminuya la isla de calor para ahorrar energía. Y no nos engañemos, el agua rara vez es un factor limitante para este objetivo sino la falta de voluntad para implantar nuevas estrategias para la introducción de la vegetación eficiente, abundante y útil en las ciudades.